Durante millones de años, los seres vivientes de la Tierra
han ido adaptando sus procesos biológicos de acuerdo con dos ciclos
astronómicos fundamentales: la sucesión de las estaciones y la alternancia
día-noche. Dado que la percepción de ambos fenómenos es desigual según la
latitud, las distintas especies se han acomodado a la singularidad de ambos
ciclos en su hábitat. Cualquier perturbación en alguno de ellos originaría
distorsiones cuyo alcance desconocemos, pero que, con toda seguridad,
ocasionarían la extinción de algunas especies y la aparición de nuevas
exigencias adaptativas para las demás.
La acción del hombre y su cultura sobre el medio ambiente
está, en la actualidad, generando una seria alteración en ambos ciclos
cósmicos. La actividad industrial y las formas de vida propias de las sociedades
consumistas no se pueden sostener, de mantenerse el actual modelo de economía
capitalista, sino es mediante un creciente consumo energético. Niveles más
elevados de "bienestar" exigen consumir cada vez más energía, proceso
que amenaza con conducir a situaciones aberrantes como, por ejemplo, la de que,
actualmente, gaste 100 veces más energía un ciudadano de un país
industrializado que un habitante del tercer mundo. El consumo responsable de
energía debería ser algo consubstancial a la educación cívica de la población
por dos motivos. El primero de ellos: porque el actual modelo de consumo
energético se basa en la conversión en energía de recursos naturales no
renovables (carbón, petróleo o uranio), con lo cual su despilfarro acorta el
tiempo de uso y priva de su disfrute a los habitantes de países no
desarrollados. El segundo: porque en los procesos de conversión en energía,
transporte y su posterior consumo, se generan residuos que contaminan
gravemente el medio ambiente (radioactividad, lluvia ácida, contaminación de
los mares, contaminación atmosférica por humos tóxicos) y amenazan con alterar
el equilibrio climático (efecto invernadero por emisión de CO2). En la
actualidad, el calentamiento global del planeta debido a este efecto es ya una
evidencia científica y sus efectos devastadores sobre el clima son crecientes:
lluvias torrenciales, huracanes catastróficos, inundaciones, sequías
prolongadas, deshielo de los casquetes polares y un lamentable y futuro largo
etcétera.
Si bien la contaminación atmosférica por el CO2 emitido por
las centrales térmicas de producción de electricidad, las industrias y los
automóviles, es la principal responsable del efecto invernadero que amenaza el
equilibrio climático de la Tierra, el uso excesivo e irresponsable de la energía
eléctrica en el alumbrado de exteriores es la causa de una nueva agresión
medioambiental que amenaza ni más ni menos que con eliminar la noche, alterando
así el segundo ciclo cósmico fundamental. El fenómeno ya tiene un nombre:
contaminación lumínica.
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